(Para Literatura Hispanoamericana, 2005)
“La vida pasa, y da caminos, que no se recorren
vanamente […] todos quisiéramos ser la suma
y no el elemento número. Los cambios y la lucha
nos desconciertan, nos aterran por constantes y
por ciertos, buscamos la calma y la “paz” porque
nos anticipamos a la muerte que morimos cada
segundo. Los opuestos se unen y nada nuevo
descubrimos” Frida Kahlo.
Frida posa sentada. Dos veces. Frida tiene el pecho abierto, y muestra su corazón. Dos veces. Frida viste un traje blanco, de cuello alto, occidental. Frida viste de Tehuana, traje femenino indígena típico de un sector de México. Frida y Frida están tomadas de las manos. Frida y Frida comparten una misma arteria. Comparten una misma sangre. La Frida de blanco, la Frida española, se desangra gota a gota. La Frida mexicana no sangra. La imagen de un niño, de “su niño” cuando niño, su origen y su fin, Diego, la protegen. Frida tiene un corazón débil. Abierto. Está muriendo, y las tenazas que sostiene para evitarlo no funcionan del todo. Frida la acompaña. Le sostiene la mano con fuerza. Le entrega su apoyo. Pero si Frida muere, Frida también muere. Las Fridas no luchan. Las Fridas esperan, como si no hubiese nada que hacer al respecto. Como si la muerte de una fuese inminente. Casi como si fuera una ceremonia. Después de mi muerte, tú serás yo y yo seré tu. Es mi sangre la que te entrego. Occidental y americana. Moderna y tradicional. Chapetona y bachiana.
“Cualquier contacto con el pueblo mexicano, así sea fugaz, muestra que bajo las formas occidentales laten todavía las antiguas creencias y costumbres. Esos despojos, vivos aún, son testimonio de la vitalidad de las culturas precortesianas.”[1]. La cultura azteca, la civilización que enfrentó el primer y más fuerte choque con los conquistadores españoles, todavía se muestra. No solo en el rostro del mexicano, o en las ruinas que rodean la ciudad, sino que en cada uno de los que vive hoy en el territorio originalmente indígena. El pueblo de México, al igual que la mayoría de los hispanoamericanos, se ha preocupado por la búsqueda de su identidad, y una de las mejores formas que tenemos de hacerlo, es mediante las artes. Pintura, literatura, música y varias disciplinas que reflejan esta búsqueda, y sobre todo la necesidad absoluta de volver a los orígenes. Debemos inevitablemente remontarnos al siglo XVI e incluso antes. Porque no es posible, en ningún caso, entender nuestra otra mitad, si no tenemos conocimiento y conciencia de nuestros orígenes. No podemos estudiar el resultado y la actualidad de la cultura hispanoamericana, ni identificarnos con ella, si no consideramos los factores que se conjugaron para convertirnos en los que nos hemos convertido. Somos tanto españoles como indígenas. Lo dice nuestra piel. Lo dice nuestra lengua. Lo dicen nuestras creencias y nuestra personalidad. Y debemos sentirnos orgullosos de ello. Porque es ridículo afirmar que somos blancos puros. Que no tenemos nada de indígenas. El mestizaje es un hecho real, que se dio a partir de la caída del imperio Azteca y que hoy se refleja en nuestro arte. En nuestro intento desesperado por recuperar lo que, a ratos, hemos sentido perdido.
Vemos en la imagen de Frida Kahlo, y en su obra, esta necesidad por recuperar esos orígenes perdidos. Su época, además, es una época especialmente enfocada en este punto. FRIDA VISTE DE TEHUANA. La necesidad de encontrar una identidad se intensifica o disminuye de acuerdo al tiempo histórico, al contexto, al sentir del pueblo. En México, por ejemplo, se da más fuertemente luego de la reforma liberal, la que se encargó de acabar, tal como lo hizo el conquistador en su tiempo, con las culturas prehispánicas. “Si la conquista destruye templos, la Colonia erige otros”, nos dice Octavio Paz. Si la colonia erige nuevos templos, la reforma liberal se encarga de hacerlos visibles, y de obligar a sus gentes a entrar en ellos. La reforma acaba con lo indigenista que había quedado tras la colonia, y sumerge a México en la cultura occidental, sobre todo Francesa. Y no es que la Colonia hubiese dejado mucho de lo indígena en pie. La historia de México, en este sentido, no es sencilla. El daño no se queda solo en ese afán del conquistador por apropiarse de la tierra y las riquezas de los americanos, sino que años mas tarde, como si el accionar del español inmigrante hubiese sido poco, el criollo se encarga de desplazar aún más al indígena y relegarlo al más ínfimo plano. Toda conexión entre ambos, pasó a definirse por el interés de unos, y la necesidad de otros. El criollo no asumió su relación con un lugar de pasado azteca (un pasado, de más está decir, muy cercano), sino que lo rechazó. El criollo jamás compartió su mesa, jamás compartió su vestimenta, jamás compartió su vida social con la del indígena. Luego de la conquista avasalladora y aplastante de los españoles, los indígenas fueron tomados como bienes. Si ya no tenían ni riquezas ni territorios de los que apropiarse, no les quedaba otra opción que la de adueñarse de los indígenas. Así es que no fueron destruidos, pero ocuparon el más bajo de los lugares. Pasaron a ser servidores sin nombre. Nunca tuvieron, realmente, nombre. Pasaron de ser Ninguno, a ser maquinaria. Lo que para algunos representa una visión más humana en comparación con el proceso de conquista de las colonias inglesas, para otros no era más que un conflicto de intereses y utilidades. La oportunidad de vida otorgada al indígena, no era más que la necesidad de apropiarse de todo y de erguir una nueva sociedad de forma eficiente y barata. El conquistador todo lo nombra, y así lo hace suyo. El conquistador bautiza, y se apropia. A fin de cuentas, el indígena significaba mano de obra gratis y sumisa. Era una mano de obra no-pensante, no-hablante, no-amenazante. Y las ciudades coloniales se pararon gracias a estos seres casi animales que lo hacían todo a cambio de alimento y refugio. Y es que no mucho más podían hacer. Hasta ese momento les habían quitado sus dioses, sus familias, y su tierra. La cultura indígena nace del sacrificio de sus propios dioses, de ellos mismos: “y así sucedió: cuando los dos se arrojaron al fuego, se hubieron quemado, los dioses se sentaron para aguardar por dónde habría de salir Nanahuatzin, el primero que cayó en el fogón para que brillara la luz del sol, para que se hiciera el amanecer.”[2] La nueva cultura americana también lo hace. Pero los sacrificados son los otros. En el siglo XVI son los indígenas mismos. En el XX lo poco que queda de ellos. FRIDA VISTE UN TRAJE BLANCO, DE CUELLO ALTO, OCCIDENTAL
La reforma consiste en la búsqueda de sistemas políticos y económicos, que permitan al México recién independiente, al México naciente, abrirse al mundo. Que le permitan desarrollarse. En este intento desesperado por lograr estabilidad, la república Mexicana se cuelga de la cultura francesa, y termina importando más que sus sistemas, su cultura.. Además, se establecen decretos que terminan tanto con las asociaciones religiosas, como con las propiedades indígenas[3], lo que representa un quiebre absoluto con la tradición. “La reforma funda a México negando su pasado. Rechaza la tradición y busca justificarse en el futuro”[4]. La negación del catolicismo significa, aunque pudiese parecer lo contrario por su mala forma de introducirse en el período de conquista, una pérdida importante de las creencias religiosas indígenas. Después de todo, el catolicismo había resultado mejor de lo que se esperaba. El indígena había terminado por adoptar y adaptar rasgos católicos, los que se resumen e ilustran de mejor manera en una sola imagen. La de la virgen de Guadalupe; con sus ropajes y postura occidentales, con sus rasgos indígenas. El culto mariano es la occidentalización de la alabanza a una de las figuras más representativas del período prehispánico: la de la fertilidad. Por otro lado, se habían logrado respetar y proteger las comunidades agrarias indígenas durante la colonia, gracias los ideales de “Utopía”, de Tomás Moro, los que estaban siendo aplicados por varios Franciscanos y habían permitido otorgar ciertos derechos al indígena[5]. El término y expropiación de los sistemas indígenas de propiedad, de sus sistemas de organización territorial, etc., que habían logrado mantenerse gracias al esfuerzo de muchos, es un ataque directo al pasado y a esos orígenes. Pero esta negación es tanto del pasado americano, como del pasado español. No podemos olvidar que se viene recién entrando a la independencia, y las heridas dejadas por la Vieja España están todavía abiertas. Y no podemos olvidar tampoco que si hablamos de negación de origen y pasado, estamos hablando de nuestras dos mitades. España es tan origen como lo es América. Pero cuando se ha sido oprimido durante tantos años, cuando se ha sido gobernado sin derecho a voz, nadie se detiene a pensar que “ellos también son nuestra sangre”. Quieren cortarse los lazos con la España Madre, y mientras más profundo sea el corte, mejor. El resultado de la reforma es equivalente al del periodo de conquista. Se ha puesto una bandera mexicana en el territorio, tal como lo hicieron los españoles con la suya cuando llegaron. Se ha conquistado y dominado la tierra. Pero el precio es demasiado alto. Se asfixian los intereses, se asfixian los indígenas, se asfixian las creencias. Mientras, los vencedores toman vino y saquean las riquezas del pueblo. Los vencedores bailan y celebran en la comodidad de su abundancia. Se cortaron las relaciones con el pasado español e indígena y existían malas relaciones territoriales con Estados Unidos. No había nada más que hacer que dirigir la mirada hacia el mejor de los países del momento. A ver si llegamos a ser como ellos, se dijeron. Y se equivocaron. “Repudiar a España significó aceptar a Francia como nuevo templo de la libertad, el buen gusto, el romanticismo y todas las cosas buenas de este mundo”[6]. Se produce entonces una introducción desmedida de elementos culturales franceses, que cambian a la sociedad en varios aspectos, pero llegado un punto las cosas no dan para más. México no es ciego. México no es tonto. Si no entiende de pintura francesa o de ópera, es porque no le corresponde. No porque sus habitantes, el mexicano verdadero, tenga una capacidad intelectual menor. La cultura francesa y los sistemas franceses que se queden en Francia. Ante realidades distintas, decisiones distintas. Nace, en contraposición al pensamiento liberal de la época, la Revolución Mexicana.
Era lindo el sueño liberal mexicano. Era lindo, pero como un sueño. Era lindo hasta que los bienes confiscados a la Iglesia, porque es injusto y peligroso que una sola institución tenga tanto poder y riqueza, pasaron a manos de unos cuantos. Era lindo hasta que los territorios de indígenas, porque claramente tiene que existir una igualdad, fueron entregados a manos de los mismos cuantos. Era lindo hasta que todos hubieron despertado. Hasta que todos se dieron cuenta de que la reforma liberal se ha convertido en una utopía, y como utopía, inalcanzable. Unos lo tienen todo. Y a los otros les han quitado hasta sus dioses. Se sacrificó demasiado por un crecimiento ajeno. El propio mexicano no se identificaba con su país. El mexicano no tocaba nada de si país. Ni tierras, ni ingresos, ni tradiciones. Y la revolución comenzó a oírse en las esquinas, en las horas de colación, en las plazas. Entre los intelectuales, entre los mercaderes y los obreros. La Revolución nace de las entrañas de la tierra. De la necesidad de un pueblo de ser respetados, y de la necesidad de los ancestros de ser recordados. Este deseo de revolución se expresa de varias formas. Desde la lucha con picotas, hasta los murales de Diego Rivera en las plazas, esta última una de las expresiones de revolución hoy más valoradas y más características de México. El arte como, si no la mejor forma de rescatar estos orígenes, la más frecuente. El arte como un idioma propio; el arte como conjugación de un todo. De nuestro “yo” occidental y de nuestro “yo” indígena. De nuestro “yo” moderno, y de nuestro “yo” tradicional. Porque el arte tiene, en el fondo, sus propias reglas. Y pueden romperse. En su infinidad de intenciones radica su importancia como medio para acceder a lo más profundo de una cultura. Arte como adoración a los dioses en el caso de los indígenas, arte como medio de educación y evangelización en la cultura occidental, arte como crítica y creación de conciencia en el caso del México del siglo XX. Del México de Frida Kahlo. “Poco a poco, la América española se daba cuenta de que no se trataba de escoger simplemente entre la modernidad y la tradición, sino de mantener a ambas vivas, en tensión creadora”[7]. El Arte de la revolución no busca la supresión de lo occidental. Sería ridículo. Sería el proceso inverso de la reforma liberal. El arte de la revolución busca la conjunción de las culturas. No podemos borrar nuestro pasado. No podemos anularnos como occidentales. Primero, porque lo llevamos en la sangre. FRIDA Y FRIDA COMPARTEN UNA MISMA ARTERIA. Segundo, porque se han vivido años, al menos en México mediante la reforma, de una transmisión unilateral de elementos culturales que han terminado por ser imposibles de obviar. El artista del mexicanismo rescata las formas occidentales. Rescata técnicas, rescata materiales. Y plasma sentimientos indígenas, mitos e historia.
Frida es partidaria de la revolución. Representa a México en la tela, en las letras y en la propia carne. Su obra viene a ser una forma tan válida de expresar sentimientos nacionalistas y latinoamericanos como lo es la literatura. Su pintura es su literatura. Volcó en su diario de vida sus sentimientos revolucionarios. Su necesidad de luchar por el pasado perdido, y utilizarlo como camino hacia un mejor futuro. Su diario es la evidencia de su vida. Lleno de imágenes combinadas con palabras, perfila su personalidad crítica y nos da una clara idea de sus pretensiones como artista. Nos da una clara idea de que su vida ha sido y seguirá siendo consagrada a sus dos grandes amores. Diego Rivera y la Revolución. “Tengo mucha inquietud en el asunto de mi pintura. Sobre todo por transformarla para que sea algo útil al movimiento revolucionario comunista, pues hasta ahora no he pintado sino la expresión honrada de mi misma, pero alejada absolutamente de lo que mi pintura pueda servir al partido. Debo luchar con todas mis fuerzas para que lo poco de positivo que mi salud me deje hacer sea en dirección a ayudar a la revolución. La única razón real para vivir”.
Es una clara representante del mexicanismo, el movimiento artístico que rescata los elementos indígenas y negros, y los representa en la tela con intereses que bordean lo panfletario. Su arte muestra lo popular lo azteca. Expresa, por ejemplo, la dualidad típica de la mitología. La misma dualidad día/noche, Nanahuatzin/Tecuciztécatl, vida/muerte que encontramos en los poemas y escritos y cultura nahuátl. “Mediodía y medianoche son horas de suicidio ritual. Al mediodía, durante un instante, todo se detiene y vacila; la vida, como el sol, se pregunta a sí misma si vale la pena seguir.”[8] Así, nos dice en una de sus ilustraciones: “asombrada se quedó de ver las estrellas-soles y el mundo vivo-muerto y estar en la sombra”, como si se tratara de la inevitable reacción de alguien que entrara a un mundo que no conoce... a un mundo con el que no se identifica. A un mundo sin dualidad. Frida representa su concepción de la vida y la muerte como un ciclo que no termina. La muerte como también una forma de vida. Y lo mejor de todo, lo más mexicano de todo, es que lo siente, o al menos lo muestra, como algo completamente natural. Es el sentimiento azteca forma parte de sí misma. Es el sentimiento que tuvieron los indígenas destruidos por los conquistadores y los reformistas.
“Viernes 30 de enero de 1953.
a pesar de mi larga
enfermedad, tengo
alegría inmensa
de
VIVIR
MORIR
Coyoacán”
El sentimiento de dualidad es expresado sobre todo mediante la pintura, y es utilizado además como una fuerte crítica a los sistemas capitalistas. Como una crítica a los contrarios que se ven inevitablemente unidos. Por razones geográficas, por necesidades económicas. FRIDA Y FRIDA ESTÁN TOMADAS DE LAS MANOS. Así, en su “autorretrato en el límite entre México y Estados Unidos”, nos muestra a una Frida vestida de occidental con una pequeña bandera de México en su mano. En el fondo se distingue, a su derecha y en colores oscuros, grisáceos, la imagen de una ciudad industrial americana, de la modernidad, conectada a varios elementos metálicos, partes de maquinaria, etc. Una nube negra cubre la gran bandera de Estados Unidos que se encuentra sobre la ciudad. Al lado izquierdo, por el contrario, se encuentra la otra ciudad... la ciudad azteca. Una pirámide, con elementos indígenas, flores, estatuillas a sus pies, y un sol y una luna sobre la misma. Una comparación directa. Una contraposición de dos realidades unidas a la fuerza. Frida se encuentra al centro. Un generador norteamericano se conecta con las raíces de una planta mexicana, y Frida está justo en medio. No puede tomar un arma y salir a las calles para protestar, para expresar sus ideas. Su salud se lo impide. Pero puede decir lo que piensa mediante la pintura y la palabra: “Ya que no soy obrera, si soy artesana- [...] Soy solamente una célula del complejo mecanismo revolucionario de los pueblos por la paz y de los pueblos nuevos [...] ligados en la sangre a mi propia persona. Y al indígena de México. Entre esas grandes multitudes de gente asiáticas siempre habrá rostros míos-mexicanos de piel obscura y bella forma de elegancia sin límite, también estarían ya liberados los negros, tan hermosos y tan valientes. (mexicanos y negros están por el momento sojusgados por países capitalistas sobre todo Norte América- (E.U e Inglaterra).” Ese mismo sentimiento anti-capitalista, sobre todo anti-americanista, un sistema visto como injusto y opresor, es expresado en cartas a diversas personas. Porque a pesar de su sentimiento, su arte la llevó a esos países, y a relacionarse durante un tiempo importante con ellos: “Aún cuando me interesa mucho todo este progreso industrial y mecánico de USA, encuentro que los americanos carecen de toda sensibilidad y sentido del decoro”. Contrapone los extremos. Estados Unidos es tomado como una cultura occidental, no como una cultura americana. Estados Unidos es en ese tiempo la Europa de América, y la negación se produce no por el gusto de negar, sino como una forma de rescatar los caracteres propios de la cultura mexicana, opacados ante las maravillas de la modernidad. Enseñaba a sus alumnos a pintar la vida callejera, no a copiar imágenes occidentales dentro de un salón, y su propia imagen es un homenaje a los pueblos prehispánicos. No solo por su traje de Tehuana, sino que también por su peinado trenzado en cintas, típico de la mujer indígena, y por sus collares y aros precolombinos.
Retrata también el carácter festivo de la cultura prehispánica en su “danza al sol”, una ilustración en donde se identifican varios animales reales y animales mitológicos, rindiendo culto al sol en lo que parece ser una fiesta; la importancia del sol en los cuadros de Frida es tan notoria como lo es la importancia del sol en la vida del pueblo azteca: “¡que por nuestro medio se fortalezca el sol”¡Muramos todos!”[9], dijeron los Dioses. Y así lo hicieron. Todo por el sol al que rindieron culto cada día de sus vidas. Además destaca la utilización de máscaras para los actos rituales en “máscaras en plena danza y los danzantes”, y la mitología como la realidad en “mundo real”. Todo esto se resume en el carácter del mexicano. La fiesta como liberación según Octavio Paz[10], como el despertar del mexicano. Como el desprendimiento de las máscaras que se llevan puestas todo el año; toda la vida. La fiesta como la caída de las máscaras y el acceso al verdadero yo. El encuentro del mexicano consigo mismo, con su interioridad, con el origen; el mito. Ese carácter explosivo y violento, es el carácter que representa Frida en sus pinturas y en sus palabras. Llevan siglos pasando a llevar su cultura. A su gente. Esta vez no lo harán con ella. Alguna vez fue chapetona[11]. Alguna vez fue como una extranjera en una tierra desconocida, alguna vez la dominó su medio. Pero ahora no. Ahora lo conoce, ahora se sabe bachiana, y por lo mismo, se impone. En el minuto en el que se produce una mirada introspectiva, tanto de si misma, como del pueblo, se descubre la identidad... se descubre el pasado español y el pasado indígena, y se mezclan nuevamente, se construye futuro en base a la nueva conciencia de ser mestizo. La arteria que comparten las Fridas no es gratuita. Están unidas en cuerpo y alma. Corazón y sangre es cuerpo, y unión voluntaria de manos es alma. Frida viste con su traje de Isthmus de Tehuantepec. Se siente orgullosa de su pasado. Orgullosa de sí misma. “La ropa clásica mexicana ha sido hecha por gente sencilla para gente sencilla. Las mexicanas que no quieren ponérsela, no pertenecen a este pueblo, sino que dependen en sentimiento y espíritu, de una clase extranjera a la que quieren pertenecer, concretamente la clase poderos de la burocracia americana y francesa”, decía Diego Rivera.[12] Y ella no quería ser ni francesa ni “gringa”, como gustaba llamarlos. Ella era mexicana por sobre todo. Y como tal, se reconoce también vestida de blanco y cuello alto. Porque, tal como dice Paz, al perder los lazos con el pasado, se pierden también los lazos con la realidad mexicana[13]. Frida en sí es una dualidad. Y reconocerse dual es homenajear a la cultura azteca. Es el día y la noche en una sola mujer. La niñez, el origen, salvan a Frida. No se desangra... mientras la occidental intenta salvarse con elementos de la modernidad... con pinzas quirúrgicas. Pero no resulta. Solo el regreso al origen la mantiene. Y sin embargo, no importa que la Frida mexicana esté protegida. Una vez hecha la transfusión de sangre, la muerte de una lleva a la muerte de otra. Por eso ha de mantenerlas vivas. Ha de registrarse mediante su autorretrato en su doble composición, para que ésta jamás sea olvidada. Para que nuestras dos mitades no se separen demasiado. Porque si lo hacen, la arteria se cortan. Y ambas mitades mueren. Los sistemas no deben borrar pasados. Ni el uno ni el otro. Sí puede negarse a influencias del futuro. La reforma no puede pretender eliminar la sangre indígena que corre por sus venas, y la española tampoco. La población mexicana moriría desangrada. Sería una muerte masiva. La misma muerte que se produjo de la cultura indígena. Pero México sí puede negarse a los sistemas ajenos. A Francia, a Estados Unidos. México puede configurarse a si mismo, teniendo siempre en la mente a las dos Fridas, con una misma arteria. Puede tomar uno que otro elemento extranjero. Puede tomar de la mano a otra cultura. Pero esa es una ventaja. En cualquier momento, la mano puede ser retirada. La sangre no. Podemos tomar de la mano a los nuevos elementos de las sociedades de occidente. Estamos unidos por sangre a los antiguos occidentales -los españoles-, y por voluntad a los recientes -las potencias mundiales capitalistas. El proceso de la búsqueda de la identidad se reinventa cada día. Con cada obra de esas a las que se puede clasificar como “mexicana”, con cada actitud “mexicana”. Y el pueblo ha de mostrarse y entregarse así ante los ojos de los occidentales de hoy. Si lo toman, bien por ellos. Falta les hace recordar sus actos del pasado. Si no, ni modo. México vale por si mismo, y no necesita un generador que lo mantenga con vida. Para eso tiene a su Dios Sol, que nace y muere todos los días. Que se sacrifica tal como lo hizo el indígena, para volver a renacer.
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[1] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Cátedra, 2001. España. p 228[2] Popol Vuh. P 11[3] Cfr. Paz, Octavio. P 269[4] Paz, octavio. P 270[5] Cfr. Fuentes, Carlos. El espejo enterrado. Fondo de cultura económica, 1992. México. p 144[6] Fuentes, Carlos. El espejo enterrado. Fondo de cultura económica, 1992. México. p 299[7] Ibid. P 310.[8] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Cátedra, 2001. España. p 242[9] Popol Vuh. p 12[10] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. [11] Chapetona en sentido figurado. Como español que llega a América y se ve y se siente fuera de su medio, porque es un medio que no le corresponde. Chapetona en cuanto se es de cierta forma ajeno al entorno. En cuanto se está en una cultura americana que no es la suya. [12] Kettenmann, Andrea. Frida Kahlo. Dolor y passion. [13] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Cátedra, 2001. España. p 272
BIBLIOGRAFÍA
Antología de poesía Nahuatl. Popol Vuh.
Fuentes, Carlos. El espejo enterrado. Fondo de cultura económica, 1992. México
Kettenmann, Andrea. Dolor y pasión Taschen, 1992
Norma Editores. El diario de Frida Kahlo. Un íntimo autorretrato. Norma, 1995. México.
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Cátedra, 2001. Madrid.
domingo, 7 de octubre de 2007
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Los trabajos que he hecho para la universidad... para que no se pierdan en un cajón...
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