(Trabajo hecho para Literatura Española III, 2007)
Realismo Social: “La rama seca” y “Entre el cielo y el mar”
Tanto “Entre el cielo y el mar”, de Ignacio Aldecoa, como “La Rama seca”(1961), de Ana María Matute, retratan la realidad rural. Los cuentos presentan personajes de la intrahistoria. Extractos de sus vidas. En un caso, de una vida terminada. En otro, de una vida que recién comienza. Ambos cuentos se construyen con un tono casi pasivo. Como si la calma fuese inherente a la periferia. La ciudad apenas si se menciona, y si lo hace, es como una forma de recalcar desde qué lugar físico se narra. Tal vez sea el lugar o el tono pausado de la narración carente de adjetivos pomposos y poéticos, lo que carga a ambos cuentos de esa pena. Una tristeza y un peso que se siente desde el principio. Se trata, justamente, del efecto que los autores querían provocar. Del realismo más puro, en cuanto no se juzga, solo se muestra. Queda en manos de lector el efecto que se produzca, aunque difícilmente podría ser errado. Ambos escritores del realismo social retratan una realidad triste, y peor aún, resignada. La denuncia no está tanto en las manos del autor como en la de la historia misma. El relato, el trasfondo, los personajes en base a los cuales el cuento se construye, son una denuncia en sí mismos. Denuncian la pobreza, el hambre, el esfuerzo y el conformismo. La ambientación realista se da a partir de pequeñas imágenes o referencias de atmósfera. Así, Aldecoa nos sitúa en el mar por los métodos de pesca, los sonidos, los pececillos enanos atrapados en las redes, y la desolación: “cabeceaba la barca vacía.”. Ana María Matute, en cambio, lo hace a través de las menciones atmosféricas, que dibujan al mismo tiempo el paisaje del campo: “Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos.”
Sus sueños son simples. Los de ambos. En “Entre el cielo y el mar” Pedro sólo quiere dejar de pescar en la playa, comenzar a hacerlo en el mar. Quiere ser un pescador de verdad, y entretener a sus hermanos con sus aventuras. Su madre, muy a lo Cela en Pascual Duarte, es una alcohólica, que se dedica a criticar a su marido por lo que ha hecho. A su hijo por lo que llegará a ser. La mirada pesimista de la madre es la mirada del español incrédulo: “Lo mismo da sacar buen jornal que malo. Hoy de juerga, mañana de queja. Así va todo”. La mirada del español devastado por las ruinas de la guerra; por haber visto un pasado glorioso y ver luego que todas esas esperanzas de regeneración desembocaron en una matanza sin pies ni cabeza. Es la mirada de quien nace y sabe que ha de morir en el mismo lugar. La del español pobre. Aún cuando su hijo consigue un nuevo trabajo, su madre no cree en los cambios del futuro: “a ver si ahora te haces un zángano como los otros, Pedro”. ¿Las razones? La historia de España luego de la crisis de las colonias es la eterna promesa sin cumplir. No hay motivos para pensar que las cosas puedan suceder de forma distinta. Las estructuras jerárquicas están demasiado marcadas y definidas, y en el cuento queda en evidencia. En primer lugar, le brecha de la edad y la experiencia en el trabajo: Pedro espanta a los niños que lo molestan. Después de todo, “él era casi un hombre y trabajaba”. Después la superioridad de Venancio por sobre Pedro, quien le da una patada al pulpo pero regaña a Pedro por hacerlo. Luego, y basado en el aspecto económico, se da la superioridad de Feliciano por sobre todo los pescadores de playa. Está claro que ser pescador de mar es ocupar un lugar más elevado, social y económicamente. Se exponen la razones por las cuales a Feliciano no le gustaba contratar a hijos de pescadores de playa, revelando también lo tradicionalista que seguía siendo la cultura española en la época, sobre todo en la sociedad rural: “El señor Feliciano no llevaba muchachos en su embarcación, porque pensaba que estaría mal que un niño ganase por ir con él más que su padre, que pescaba de playa o que estaba en otra lancha con poca fortuna”.
La personalidad de Pedro es muy pasiva, aún cuando demuestre su rabia al comienzo. Es más que pasiva, de incertidumbre y miedo a entusiasmarse con sus esperanzas. Primero la rabia ante el reclamo de Venancio, y ante los niños. No es feliz con su trabajo, quiere algo mejor. Cuando lo obtiene, sin embargo, su posición resulta se muy queda. Muy reflexiva. Se decepciona al saber que ante los ojos de Feliciano es un muchacho más. Nada muy especial:
“¿Qué quieres que dijera, criatura? Ha dicho lo que ha dicho y es bastante.
Pedro volvió la vista.
-Podía haber dicho algo.”
Luego, toma una actitud de contemplación. Se encuentra Pedro en el límite entre su pasado insignificante como pescador de playa, y el futuro glorioso de pescador de mar. Sueña con ser un gran hombre de mar. Éste es el comienzo de su sueño, y sin embargo no se lo ve jamás en un estado de excitación. Es la esperanza reprimida, la esperanza con miedo de convertirse en decepción.
En cuanto a la cultura rural del español, ya vemos algunas características en el personaje incrédulo de la madre, vieja ya de experiencia; ella sabe que las cosas no han de cambiar. En Pedro, al joven español que siente que de uno u otro modo deberán salir del asunto; en su padre, al hombre esforzado que lo hace todo para llevar alimento a su familia, sabiendo que las cosas andan mal pero que no hay nada que ellos puedan hacer al respecto. Y en todos ellos, en cada uno de los personajes del bar (las conversaciones de bar son por excelencia la mejor muestra de la idiosincrasia de un pueblo), muestran ese sueño lejano. Las conversaciones de lo que el mundo conoce como más español, pero que ellos, por ser periféricos, no han visto con sus propios ojos. No son madrileños, no se construyen a partir de las cosas de la ciudad, pero aún así, son españoles: “siguieron hablando de toreros, a los que no habían visto nunca torear”.
En “La rama seca”, la niña no tiene más pretensiones que encontrar su muñeca. Los personajes que se presentan son también reflejo de varios aspectos de la sociedad española. El marido de Doña Clementina, por un lado, presenta la mirada crítica pero dejada. Se manifiesta contra las fallas, contra la aldea en la que viven (lo que es visto como una pretensión de cambiarse a la ciudad, a un lugar “con mas mundo”), pero que no hace nada más que emborracharse al respecto: “Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y de sus habitantes”. Su mujer, por el contrario, representa la actitud solidaria, más desarrollada normalmente en el campo que en la ciudad. Existe una clara diferencia social entre las dos familias. Don Leoncio es médico, y su mujer no tiene necesidad de trabajar. “La [casa] de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos”, mientras que sus vecinos vivían en la miseria, debían trabajar ambos, los niños andaban escasamente vestidos: “La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una escalera, en la que se acostaban las gallinas”. Demuestra doña Clementina, sin embargo, buena disposición a la hora de cuidar a la niña. Adquiere cierto rol social (el mismo rol que adquiere el realismo social en el que se enmarca el cuento, a través de la denuncia), de protección y solidaridad hacia la niña y su familia.
Por otro lado, Pascualín representa, en lo que me gustaría ver como intertexto de la obra de Cela, no solo por el nombre, sino por el carácter y las actitudes del niño, al muchacho modelado por su contexto social. Violento, ladrón, de malas intenciones: “Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino, al del cura o al del alcalde”. Pascualín representa la mirada realista del español, y la pérdida de la inocencia, probablemente producto de la guerra. Es el aterrizado que ve la realidad con desconfianza. Que se protege a sí mismo porque nadie podrá hacerlo mejor. Cuando doña Clementina le pregunta por la muñeca de su hermana, “Pipa”, que era “simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel”, el niño antes que todo, mira el asunto desde la realidad:
“-Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.
Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.
-¡Anda! ¡La muñeca dice! ¡Aviaos estamos!”.
Por otro lado, las conversaciones de la niña con “Pipa” dejan ver las creencias populares aún presentes: “La niña hablaba con "Pipa" del lobo, del hombre mendigo con su saco lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida”, y que han caracterizado desde siempre al ser español. El mendigo que te viene a buscar si no te comes toda la comida, o el “viejo del saco”, según nuestra cultura popular. El miedo inculcado al lobo para que los niños obedezcan, etc. Es la enseñanza de la tradición heredada; inculcada por las generaciones mayores (la niña, quien las adquirió de su madre) a las venideras (Pipa).
La madre de la niña es algo así como la inseguridad. Se ve a sí misma como por debajo de doña Clementina, se avergüenza de su realidad, se justifica en cada una de sus intervenciones. Cuando pide que cuide a su hija, cuando abre la puerta sin estar apropiadamente vestida para alguien como doña Clementina, cuando la niña rechaza el juguete por ser ajeno a su realidad. La inocencia de la niña, sin embargo, se mantiene. Representa la felicidad del español a partir de ese minuto, la sencillez que se pretende alcanzar luego de los horrores sufridos hasta entonces. Ser feliz con lo que se tiene, porque a fin de cuentas, no se podrá ser más español de lo que ya se es. Es asumir la realidad con alegría, y no de mala gana, como Don Leoncio o su hermano Pascualito. La madre se muestra violenta, pero pareciera ser que es ante la vergüenza. Otra forma de justificarse ante quien ocupa un lugar social y económicamente mayor:
“-¡Habráse visto la tonta! ¡Habráse visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios, doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta, que esta moza nos ha salido retrasada... !”
Su madre no la entiende, porque ha perdido también esa visión de la vida más pura, inocente. Vive una vida de frustración, dominada por esa diferencia material que la abruma. Su destino está marcado por su posición socioeconómica, y don Leoncio se lo deja en claro: “Que no vuelvas a ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos...
-¿Se va a morir?
-Pues claro, ¡que remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para pensar en otra cosa... ¡Va a ser mejor para todos!”
Doña Clementina, sin embargo, es capaz de ver lo que sucede realmente, y construye con sus propias manos varias “Pipa” nuevas, a ver si la niña aceptaba alguna. Finalmente, con el destino marcado, la niña muere. En este sentido, podemos hacer también un paralelo a lo planteado en La Familia de Pascual Duarte. El destino definido por la jerarquía social y económica. Por el entorno.
Ahora, en términos generales, ambos cuentos son representantes del realismo social en cuanto presenta en la ficción, la sociedad española de forma fidedigna. El presentar la miseria social, la pena y la pobreza de lo que se encuentra fuera de la ciudad, representa una crítica y promueve un cambio. Abre los ojos a los acomodados, muestra lo feo de la realidad. Retrata a los personajes; sus sentimientos, la forma en que el entorno los define y los marca. Se produce un cambio social a nivel nacional, intenta promover la solidaridad de clases. La prosa en ambos cuentos es simple, y se le da importancia al diálogo, puesto que perfila a los personajes, dándole su voz real, y no una voz desde la mirada del autor. Contrario al naturalismo anterior, por ejemplo, las descripciones son utilizadas para situar a los personajes más que para destacar cierto paisaje en particular.
domingo, 7 de octubre de 2007
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Los trabajos que he hecho para la universidad... para que no se pierdan en un cajón...
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