domingo, 7 de octubre de 2007

VIOLA y FRIDA: un hacer del arte.

(Para Taller de Ensayo, 2005)
VIOLA y FRIDA: un hacer del arte.


La gran placenta de la tierra la está pariendo
cuotidianamente, como a un niño de material
sangriento e irreparable, y el hambre milenaria
y polvorosa de todos los pueblos calibra su
vocabulario y su idioma folklórico, es decir,
su estilo, como su destino estético y no a la
manera de las categorías.
P.de Rokha.


Se ha dicho mucho de Violeta Parra. De la cantora popular, de la poeta de las peñas. Pero Violeta, para sus cercanos y para quienes hacen un poco más que escuchar sus canciones, es mucho más.

Viola doliente
Viola admirable
Violeta Parra.

La Viola de un Chile querido, pero lejano. La violeta jardinera, locera, costurera de Nicanor. La Violeta que ella misma muestra a través de sus décimas, prodigio de obra sencilla y sincera. Prodigio de vida compleja y eterna.
Viola funebris
Viola chilensis
Viola volcánica
Violeta Parra.

La mujer fuerte que conocemos. La que da gracias a la vida para arrojarse luego a la muerte por un amor fugaz e incomprensible. Violeta. Un enigma abierto, una herida abierta. El símbolo de mujer que aún no adoptamos, la imagen que fue más de lo que es. Violeta Parra.

No poco sabemos de su vida. Varios hermanos tuvo para ser recordada, pero nada perfila mejor su recuerdo que su propio legado. Violeta se vale por sí misma. Siempre lo hizo. Y probablemente siempre lo haga. El más fiel registro de su vida, es aquel que nació de su propia mente. Esos versos cargados de ilusión infantil, de talento de la juventud. De tristezas de mujer adulta, de fuerzas de alma comunista. Nuestra Violeta es, o debería ser, lo que para ellos, los mexicanos, es Frida. Pero Frida fue primero de algunos, y luego del pueblo. Frida es hoy, de todos los mexicanos. Violeta fue primero del pueblo, y tal vez nunca ha logrado ser de todos los chilenos. No lo fue en vida, y quién sabe si la muerte ha de mostrar con ella las mismas bondades. Pero aún así, Violeta está en Frida. Y Frida en Violeta. Probablemente, de haberse conocido, se hubiesen odiado. Porque son formas tan distintas, que no habrían aceptado reconocerse como similares. Cada una es parecida a la otra dentro de su contexto, de su cultura, de su forma de hacer arte. Violeta es la del arte autodidacta, del canto popular, del lenguaje campesino. Frida, de la pintura surrealista, de los estudios académicos y del entorno social elevado. Pero la obra de ambas delata una vida tan similar, que asusta. A pesar de ser de entornos sociales tan distintos, a ambas les tocó seguir el mismo camino. Sus propias palabras (y demás está decir biografías), así lo demuestran.

La Viola doliente. La Frida de palo.

En 1917, diez años más tarde y en el otro extremo americano que Frida, nace Violeta Parra, para comenzar a sufrir desde sus primeros años varias enfermedades y desgracias que marcarían tanto el resto de su vida como su cuerpo. “Batalla descomunal/Yo libro desde mi infancia;”[1], dice Violeta, y asegura que la hermosa niña que todos alababan, se ha convertido en una pezuña. La Viola doliente que vio marcada su infancia por las burlas de sus compañeros de escuela: “Aquí principian mis penas, lo digo con gran tristeza, me sobrenombran “maleza” porque parezco un espanto. Si me acercaba yo un tanto, miraban como centellas, diciendo que no soy bella ni pa’ remedio un poquito. La peste es un gran delito para quien tiene su huella.” Su rostro sufrió graves daños, que la niña pudo superar justamente a través de su arte. Destacaba su fealdad en su obra, abusaba de ella como un recurso, tal vez para llamar la atención, tal vez para demostrar que un rostro bonito no lo es todo. Fue “su fealdad” (exagerada por ella misma) y las dificultades de su infancia las que moldearon su carácter rebelde y confrontacional que caracterizaría su obra. Sobre todo su poesía.
Y en Frida, lo mismo. “Una niña alegre y retozona castigada por la polio […]. La bella niña Frida, […] Fridita con sus flecos y sus espumosos vestidos y sus gigantescos moños en la cabeza, se convierte de repente en Frida pata-de-palo. Las burlas del patio de recreo debieron perseguirla el resto de su vida”[2]. Frida también supo, por medio de su arte, superar ese aspecto físico, aunque fue un peso con el que cargó toda su vida. Cuando niña, la polio que le dejó una cojera incurable, a los dieciocho “la violación de un tranvía”, que le rajó el cuerpo por dentro. Pero la joven encontró su propia manera de rajarse: El arte. Su autoestima se basaba en esa mala estima de sí misma como mujer bella. Sus cejas exageradamente marcadas, notorias cicatrices, y sus piernas rodeadas por alambre en los autorretratos, muestran su propia visión de Frida. Una mujer no atractiva por su apariencia, sino que por su fuerza y carácter.

La Viola admirable. La Frida valiente.

Violeta no calla. Tras haber vivido una infancia difícil, por la caída de su padre en el alcoholismo debido, según ella, a las desventuras que trajo Ibáñez al país, la pobreza familiar que se mantuvo durante muchos años, y las enfermedades que la atormentaron tanto a ella como a sus hermanos, Violeta desarrolla su arte en pos de aquello que desea, y que no tuvo. Desarrolla su arte como una crítica a los sistemas capitalistas, como una crítica a la clase aristocrática y a quienes no piensan más que en ellos mismos. “Si el sol pudieran guardarlo (los ricos), lo hicieran de buena gana; de noche, tarde y mañana quisieran acapararlo; por suerte que pa’ alcanzarlo se necesitan aviones. De rabia esconden las flores, las meten en calabozos, privando al pobre rotoso de sus radiantes colores”. Utiliza su poesía como una forma de denuncia: “Si escribo esta podesía no es sólo por darme gusto, más bien por meterle un susto al mal con alevosía;” La Viola admirable dejó a su hija Rosita de nueve meses en Chile por la causa, viajando primero a Polonia, a un festival de artistas comunistas de todo el mundo. Tras un horrible viaje, lleno de desencantos y arrepentimientos, por fin se encuentra en el congreso de quince días, y va recibiendo el aprecio de todos los países, llegando a ser elegida una de las mejores dentro del concurso. Después de todo, el sacrificio valía la pena, y reafirmaba sus creencias políticas y sociales. “En un solo pensamiento se juntan los pobladores de todos lo’alrededores del globo con sus cimientos, me traj’el convencimiento de qu’entre negro y mongol, canadiense y español, hay unos lazos de sangre que un’el Tibe’ y Los Andes como una veta de amor.” Pero terminó sola, vagando por Rusia, Italia y finalmente París. Dos años dedicó a su amor por las artes y a su lucha por el comunismo, para encontrar en Chile, a su regreso, la desgracia.

Frida entregó también su vida al comunismo y a la Revolución. Su lucha eterna queda plasmada en su diario de vida y en sus obras. Para ella, su pintura, debía aportar de cierta forma al comunismo: “Tengo mucha inquietud en el asunto de mi pintura. Sobre todo por transformarla para que sea algo útil al movimiento revolucionario comunista, pues hasta ahora no he pintado sino la expresión honrada de mi misma, pero alejada absolutamente de lo que mi pintura pueda servir al partido. Debo luchar con todas mis fuerzas para que lo poco de positivo que mi salud me deje hacer sea en dirección a ayudar a la revolución. La única razón real para vivir”. Frida pretende que todo su dolor, expresado en arte, sea también expresión de sus pensamientos y sentimientos políticos. A los 20 años se inscribe en las juventudes comunistas, pero mantiene alejada su pintura de la causa. Su estado físico era un impedimento demasiado grande. Más adelante, sin embargo, su compromiso aumenta. Vuelve a inscribirse en el partido, que había dejado de lado, e incluso recibe en su casa a Trotsky, arriesgando a su propia familia a diversos atentados, para terminar reflejando sus ideales en su obra. En su diario se revela su amor incondicional por el partido y la revolución: “Hoy como nunca estoy acompañada. Desde hace 25 años soy un ser comunista. […]Pero hay que tomar en cuenta que estuve enferma desde los seis años de edad y realmente muy poco de mi vida he gozado de SALUD y fui inútil al Partido.

Ahora, en 1953. Después de 22 operaciones quirurgicas me siento mejor y podré de cuando en cuando ayudar a mi Partido Comunista.” Llegado cierto punto, ante la ausencia del amor de Diego, ante la muerte de su padre, y su terrible situación física, su participación en la revolución comunista fue lo único que mantenía sus ganas de vivir.

La Viola funebris. La Frida agónica.

Existía entre Violeta y la muerte un extraño lazo. Se encontró con ella a corta edad, dedicando varios de sus versos a la lucha que tuvo frente a frente con “la Flaca”, lucha en la que no venció su hermano Polito, quien murió cuando niño. Violeta Parra era además conocida por preparar Angelitos, y gran parte de sus décimas se refiere a esta tarea y a estos diversos encuentros con la muerte. Lleva a tal punto su relación con ésta, que termina burlándose de ella, rechazándola: “a mí no me den la muerte ni envuelta en papel de seda, del cementerio albaceda da el arañazo muy fuerte. Graciosa, no quiero verte ni pa’ la resurrección, yo t’echo la maldición que habrís de cortarte el pelo con Lucifer en los cielos, y en su feroz fundición”. Los versos completos del Angelito (versos por saludo, por padecimiento, por sabiduría y por despedida) ocupan un lugar especial en las décimas de Violeta, y evidencian que su cultura popular no está dada solo por el lenguaje campesino sino que por las costumbres también claramente campesinas. Uno de los encuentros de Violeta con la maternidad, sin ir más lejos, es un encuentro con la muerte. Tras su viaje por Europa, al regresar a Chile, se topa con “el alto montón d’escombros que cae sobre los hombros d’esta cantora infeliz”. Nada de lo que Violeta dejara a su partida está como antes. Ni su casa, ni su marido, ni la más pequeña de sus hijas. “Rosita se fue a los cielos igual que paloma blanca, en una linda potranca le apareció el ángel bueno, le dijo: Dios en su seno niña, te v’a recibir, las llaves te traigo aquí, entremos al Paraíso que afuera llueve granizo, pequeña flor de jazmín.” Más que un reproche a la muerte, se trata de un reproche a sí misma: “El mundo será testigo que hei de pagar esta falta”. Y finalmente, la decisión más importante de su vida, coincide con la llegada de la muerte. Porque fue la Viola Funebris la que le ganó a la muerte. En un acto para muchos injustificable, la Viola fuerte, la Viola valiente, se quitó la vida en uno de los tantos actos de entrega de su vida. El amor.

La relación de Frida con la muerte es igual de directa, pero tiene un matiz totalmente distinto. Su obra se ve pintada por ella, más que todo por el carácter mítico y casi festivo que se le otorga a la muerte en la cultura mexicana. El contacto con la muerte se ve reflejado en su obra, pero también en los sentimientos que expresa en su diario. “Se me han hecho siglos de tortura y en momentos casi perdí la razón. Sigo sintiendo ganas de suicidarme […] Esperaré un tiempo”. Frida es un poema a la muerte. La burla en constantes oportunidades, se le escapa, la busca para luego escurrirse. Frida se debate siempre entre la vida y la muerte. Durante meses la insulta, la odia, la echa. No permitirá que le robe su libertad. Pero luego, cuando todo le juega nuevamente en contra, cuando el cansancio ya es demasiado, la llama a gritos. “La muerte se aleja” dice, para gritar meses después: te estás matando!! TE ESTÁS MATANDO!!. La muerte habita en la Frida agónica, y le gana varias veces. No tuvo la suerte de Violeta. El vacío de su primer hijo perdido, no se llenó con la llegada de nuevos hijos. Se llenó con más vacío de más pérdidas. Con más hijos que no llegaron. Frida se muestra agónica en su pintura. Muestra sus heridas, muestra sus abortos, muestra su propia muerte. Muestra la muerte de su madre y de su padre, y sobre todo la muerte de su corazón. Frida ve a Diego Rivera como su vida, y su ausencia, es peor que la muerte.

La Viola chilensis. La Frida Tehuana.

Lo que hizo que Violeta llegase a ser una de las más grandes artistas chilenas, es esta forma fantástica que tiene de representar nuestra vida popular. Rescata justamente el canto popular, lo difunde y hace de él un elemento de la identidad chilena que reconocemos como nuestro, y que deja de ser algo marginado y apartado de la sociedad en general. Hace del lenguaje del campo, para muchos inentendible, algo real y bello. Su forma de transcribir el habla popular en los versos, sin respetar reglas gramaticales, la convierte en una poesía distinta. Muestra la picardía del chileno por medio de su propia picardía, muestra el amor por la tierra y las costumbres que solo un chileno es capaz de reconocer. Ese es su gran mérito. Violeta Parra dice ¡soy chilena!, y se siente orgullosa de ello. Lleva su país al mundo, y a sus propios compatriotas, quienes casi no se reconocían como unidad. Violeta hace un esfuerzo por recuperar la identidad escondida, por que nos reconozcamos como iguales, como mestizos, por que aquellos que han sido separados de la sociedad sean otra vez considerados. Le molesta la falta de compromiso del chileno en el extranjero. Cuenta en sus décimas el episodio en el que se dirige al señor Mendoza, ministro chileno en París, y cómo este la rechaza, sin darle importancia al hecho de que se trate de una chilena perdida y sola en un país desconocido: “Le saco en cara el emblema con su arrogante huemul, le enrostro el color azul de la bandera chilena, l’entono con mucha pena nuestra canción Nacional, más tarde la de Yungay y otras canciones gloriosas pero se chanta Mendoza y diai quien lo va’sacar”. La Viola chilensis es tan chilena en su país como en el extranjero. Es tan chilena el dieciocho de septiembre como todos los días del año. Critica al burgués para alabar al hombre de campo, al indígena del norte, al mapuche: “Camina la machi para el guillatún/chamal y revoso, trailonco y cultrúm,/y hasta los enfermos de su machitún/aumentan las filas de aquel guillatún.”[3]. Produce también esa crítica a partir de su inclinación al comunismo, como una búsqueda de igualdad de clases y razas.

Frida se encarga también de rescatar sus orígenes indígenas, y lo representa a través de sus ideales políticos, de su vestimenta y de su arte. El traje de Tehuana, los collares precolombinos y su cabello trenzado al puro estilo indígena, así lo demuestran. Su diario está lleno de los nombres de varios personajes de la mitología azteca, salpicado de palabras náhuatl, y sus versos son un constante juego de contrarios, características de las divinidades precolombinas de la zona de México. Es además partidaria activa de la Revolución Mexicana, que pretende entre otras cosas, hacer una mirada introspectiva y orientarse en la búsqueda de los orígenes. En el conocimiento interior para poder comenzar desde ahí su desarrollo. Juega con el choque que se produce entre ambas culturas: la occidental y la americana.

“El señor Xolotl EMBAJADOR
de la República Universal
de Xibalba Mictlan
Canciller Ministro Plenipotenciario
Aquí –
How do yo do
Mr Xolotl?”

Frida le da importancia a la naturaleza, a los colores, a los nombres y las formas indígenas. En su eterna lucha por la identidad, trata de divulgar y promover el re-encantamiento por los orígenes que se había perdido tras la reforma liberal, retomando varios elementos aztecas. Su perro, sin ir más lejos, a quien asumió como un hijo producto de su incapacidad de tener los propios, llevaba el nombre de Itzcuintli, y era representado y nombrado en su diario de vida como Xólotl, figura mitógica mexicana con forma de perro, guardián de los muertos[1]. Se reconoce a sí misma como un ser mestizo, nacida y criada en México. “Gracias al pueblo de México, sobre todo el de Coyoacán donde nació mi primera célula, que se incubó en Oaxaca, en el vientre de mi madre, […]morena campanita de Oaxaca.” Vemos además que su compromiso con el comunismo pretende la unión de los pueblos y el reconocimiento tanto del pueblo mexicano como del poblador indígena. “Soy solamente una célula del completo mecanismo revolucionario de los pueblos por la paz y de los pueblos nuevos, sovieticos-chinos-checoslovacos, polacos-ligados en la sangre a mi propia persona. Y al indígena de México. Entre estas grandes multitudes de gente asiáticas siempre habrá rostros míos-mexicanos-de piel obscura y bella forma de elegancia sin límite, también estarían ya liberados los negros, tan hermosos y tan valientes”.

La Viola volcánica. La Frida impulsiva.

Existe una parte de Violeta, sin embargo, que no se revela en sus canciones ni en sus trabajos plásticos. Violeta tenía una personalidad fuerte, avasalladora. La Viola volcánica explotaba aunque no tuviese razones para hacerlo. Se dejaba llevar por su persistencia, que a ratos se convertía en pesadez. No tenía reparos a la hora de hablar, de hacer efectivas sus críticas y de descalificar a quien creyera que lo merecía. A quien pasara a llevar su integridad. Su decisión y obstinación la llevaron a partir a Santiago a los 15 años, producto de un malentendido: “Mi hermano: Vente, decía, pensando en tiempo futuro, l’entiendo mal, me apresuro partiendo sobre la misma”. Es la misma personalidad que la acompaña desde pequeña, y que se va forjando con cada una de las desgracias que la acompañó en su infancia. La Viola volcánica se sabe fuerte, y lo agradece: “Celebro que fuer’así, porque de un’otra manera, yo hubiera sido ternera sin leche que dar aquí. Si es cierto que yo sufrí, eso me fue encañonando, más tarde me fue emplumando como zorzala cantora. Hoy pájara voladora que no para ni el diablo”. Su fuerza le permite soportar el mundo al que se ve enfrentada, y lamentarse una veces, burlarse otras: “no hay mejor noviciado qu’el llanto y el sufrimiento. Aquel que busca talento entre canasta y póquer, entre caballo y mujer, lo digo con arrogancia que son mantequilla rancia y apercancado pastel”. Violeta tenía un humor especial, violento, directo. Sacaba la voz cuando y donde ella quisiese, y fue esa característica la que la salvó en varias oportunidades. La que la ayudó, por ejemplo, cuando estaba perdida en esa Europa maldita: “A l’estación me dirijo con rabia descomunal, mil voces en alemán me hacen turumba el oído, perdí los cinco sentidos tratando de porquería en una boletería a un correcto funcionario de pelo color canario que alegre me sonreía. “Yo quiero salir de aquí”, le grito en claro chileno, m’entrega noble y sereno boleto para París, la gente qu’estaba allí me mira curiosamente, yo agrego pícaramente, s’entiende qu’en español: ¿qué de raro tengo yo que no lo tenga la gente?”. La Viola volcánica explota una y otra vez, si no a través de su canto, a través de su poesía, si no a través de su poesía, a través de su tono burlesco y transgresor.

En Frida nos encontramos también con una personalidad fuerte. Desde pequeña quiso demostrarse distinta, importante. Posaba vestida de hombre para las fotos familiares, y no gustaba de los rodeos a la hora de decir lo que pensaba. Si su pintura se caracteriza por una violencia impulsiva, nacida desde sus sentimientos, su personalidad era en si misma un impulso. Frida es un impulso. Frida actúa desde el corazón, y jamás desde la cabeza. “No puedes imaginarte lo joputas que son esta gente […] te apuesto mi vida a que, mientras viva, voy a odiar este lugar y a sus habitantes”, dice en una carta refiriéndose a los franceses, sobre todo a los intelectuales. Su diario mismo, es de hecho, una expresión de su carácter y su impulsividad. Hay algo en el Diario que no encontramos en su pintura, y es la falta de lo racional. Frida se da la libertad de llenar páginas y páginas con palabras al azar, de cruzar rayas sobre los dibujos anteriores, de derramar tinta y escribir a partir de eso. De dejar que todo sea impulso y carácter. No se hace problemas a la hora de criticar los sistemas, teniendo “la convicción de que no estoy de acuerdo con la contrarrevolución-imperialismo-fascismo-religiones-etupidez-capitalismo-y toda la gama de trucos de la burguesía”, ni de criticar a aquellos que la llevaron a exponer a Europa, a “todo este montón de locos hijos de puta que son los surrealistas”. Frida era burlona y deslenguada. Su ironía y su humor negro se ven en cada página de su diario, sobre todo en las pequeñas frases que acompañan sus dibujos, como “¿y este idiota quién es?” a partir del retrato de un hombre que ella misma ha hecho. Su personalidad transgresora es la que la lleva lejos, la que atrae a “su Diego” y lo mantiene junto a ella toda la vida. La que la convierte en una mujer bien estimada en el extranjero, y que si tiene que patalear para ser escuchada, ha de hacerlo.

Violeta Parra y Frida Kahlo son personajes similares. Artistas, mujeres comunistas, luchadoras. Personalidades fuertes, con tonos críticos e irónicos, amantes de la vida a pesar de todo, amantes de su país y de sus raíces. Son mujeres representativas de una cultura, en disciplinas distintas que convergen en un mismo punto: hacer del arte la expresión de una vida sacrificada y llena de dificultades. Hacer del arte el medio para dar a conocer sus sentimientos, sus sueños de igualdad. Hacer del arte una crítica al mundo, un panfleto al comunismo, un grito de esperanza accesible a todos. Su vida y su obra se resumen en la ilusión, en el desengaño, en la risa. Se produce un fenómeno extraño en cuanto a su estimación. Frida es la imagen de la mujer mexicana por excelencia. Ha sido adoptada por los movimientos feministas, es una de las grandes representantes femeninas de la pintura surrealista. El pueblo mexicano la quiere. La idolatra. México la admira, sin diferencia de clase, origen o color. Pero en Chile, a Violeta le falta camino por recorrer. Y tal vez nunca lo recorra. No representa el punto con el que el país se identifica. No alcanza a ser un elemento conciliador, a pesar de ser ese, el concilio de clases, uno de sus grandes deseos. Es sí, para algunos, la gran mujer que ha tenido Chile. Pero solo para algunos. A pesar de esta diferencia, que no pasa por ellas, sino que por la visión del otro, resultan ser igualmente valiosas... después de todo, son mujeres que hacen de sus orígenes, el arte. Y del arte una forma de vivir. La gran placenta de la tierra la está pariendo tanto a ella, a Violeta, como a Frida. Y las dos siguen pariendo a la tierra día a día.

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[1] Kettenmann, Andrea. Frida Kahlo. Dolor y Pasión. 1993, p 76.
[1] Nota: Las citas de Violeta Parra son extraídas de su obra “décimas”. Los versos han sido dispuestos en prosa por motivos prácticos, pero respetándose la puntuación original. Las citas de Frida Kahlo son de su diario de vida.
[2] Fuentes, Carlos. Introducción a “El diario de Frida Kahlo: Un íntimo autorretrato”.
[3] Extracto. “El Guillatún”. Canción de Violeta Parra.

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